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cótica, más precisamente, frente a una

esquizofrenia.

Podemos pensar sus síntomas

como irreductibles.

La energía, que en ocasiones es

baja, y que solo va recuperando según

las variaciones del clima. La mollera,

que está abierta. Su enfermedad afec-

ta a su cuerpo.

Sin embargo, pese a que es

interpretable por ella, en el término que

le trata de dar un sentido a lo que le

pasa, esta alusión a la energía y a la

dispersión, no se desliza en la cadena

significante.

Encontramos en su discurso u-

sos neológicos, significantes como “e-

nergía”, “dispersión”, indialectizables,

que pueden considerarse fenómenos

elementales, más específicamente, fe-

nómenos de código.

Otro aspecto que podemos ob-

servar en M es la relación al otro sexo,

en términos del deseo, la excede. Hay

un no saber qué hacer con eso, un no

saber qué hacer con la sexualidad,

más precisamente con el deseo del o-

tro. Si bien encuentra una solución an-

te esto, “el sexo no es para ella”; este

hecho ha producido una separación de

su esposo, un punto de no encuentro,

un imposible, que no tiene mediación

alguna.

Ahora bien, otra alusión a su

malestar, a su padecimiento, es este

“dolor en el alma, un vacío que ni las

palabras pueden llenar”. Angustia de

nadificación.

En síntesis, M padece una es-

quízofrenia. Vemos que su síntoma

afecta y se ubica su cuerpo. Sus

órganos le hacen problema. Su mollera

está abierta, no puede salir de la cama

por la energía, las ondas de la compu-

tadora le hacen mal, su dispersión a-

fecta su concentración. Su mente está

dispersa. Un cuerpo afectado por lo

real del goce que se localiza en su

cuerpo. Ese punto irreductible queda

ubicado y marcado en él.

Con lo anterior, podemos pregun-

tarnos ¿

Qué lugar para un AT?

En este punto, si el esquizofréni-

co deja a su interlocutor en el lugar de

una respuesta imposible, si no hay

transferencia en términos de la ins-

tauración de un sujeto supuesto al sa-

ber, ya que el saber está del lado del

psicótico, ¿qué lugar para un trabajo

de acompañamiento terapéutico?

Para M las AT cumplen una fun-

ción que en su decir es la siguiente:

“Ustedes son mi única compañía”. “To-

do mal con mi familia, mis hijas no me

quieren hablar, me duele esta sole-

dad”. “Me siento sola, solo las tengo a

ustedes”. “Ustedes son como mis her-

manas”. “Mi analista, al igual que mi

esposo, me dice que soy una máquina

de hablar, que no paro, y ¿cómo no

voy hablar si en todo el día no hablo

con nadie?, solo con ustedes, pero 3 o

4 horas y el resto con nadie”. “Ya, por

lo menos, puedo salir de la cama, me

hizo bien estar con vos”. “No sé qué

haría sin ustedes”. “Gracias a Dios las

tengo”. “Vos sabés cómo contenerme,

sino me desbordaría”. “Vos sos como

mi mente en este momento, sino todo

estaría disperso”.

Por un lado, podemos decir que

sobre este sufrimiento que tiene que

ver precisamente en la relación con el

otro, donde pareciera que el lazo se

rompe; en el silencio de su esposo; la

ausencia de sus hijas; la desatención

de sus hermanos; su otro interlocutor

cotidiano, es su acompañante.