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con el cual tendremos que vérnoslas a

diario en nuestra práctica clínica.

Freud describe el cuerpo del

niño que adviene al mundo como un

cuerpo despedazado en zonas eróge-

nas, que se recortan a partir de los

primeros cuidados maternos, un cuer-

po pulsional – que por medio de sus

zonas erógenas – tenderá a la satis-

facción de sus pulsiones parciales. En

el origen,

“se trata pues de la realidad

pura y simple, que en nada se delimita,

que no puede ser aún objeto de defini-

ción alguna; que no es ni buena ni ma-

la, sino a la vez caótica y absoluta, ori-

ginaria.”

(Lacan, J., 1954, pp, 128).

Es una referencia obligada para

hablar de cuerpo en psicoanálisis, el

texto freudiano de 1914: “Introducción

del narcisismo”. Allí, Freud propone co-

mo supuesto necesario,

“(…) que no

esté presente desde el comienzo en el

individuo una unidad comparable al yo;

el yo tiene que ser desarrollado. (…)

pulsiones autoeróticas son iniciales,

primordiales; por tanto, algo tiene que

agregarse al autoerotismo, una nueva

acción psíquica, para que el narcisis-

mo se constituya.”

(Freud, S., 1914,

pp.74). En el desarrollo de la teoría

libidinal, el yo y el cuerpo surgen como

objetos unificadores de la libido disper-

sa en la fase anterior autoerótica. Así

el narcisismo, será para Freud,

“el

complemento libidinoso del egoísmo

inherente a la pulsión de autoconser-

vación, de la que justificadamente se

atribuye una dosis a todo ser vivo.”

(Freud, S., 1914, pp.74).

Nacemos prematuros, no tene-

mos un dominio imaginario del cuerpo

desde un comienzo. La constitución

del cuerpo para un sujeto concierne al

reconocimiento de un cuerpo, y el re-

conocer al cuerpo como cuerpo supo-

ne una mediación, un nuevo acto psí-

quico, la identificación - agregará La-

can - a una primera imagen.

Lacan, en función de su lectura

de la obra freudiana, ubica un cuerpo

recortado en bordes u orificios, será

por la acción del significante que se

podrá dar cuenta del mismo, en tanto

éste cava un surco en lo real, talla un

cuerpo, lo recorta por mediación de un

Otro. Lejos de agotar la cuestión – y a

riesgo de simplificarla demasiado-, po-

demos situar que para la constitución

de un cuerpo, es necesario un Otro –

que vía el lenguaje – le “presente” el

cuerpo a un niño.

Lacan refiere que si bien es el

proceso de maduración fisiológica, lo

que posibilita a un sujeto - en un mo-

mento determinando de su historia-

integrar sus funciones motoras y acce-

der a un dominio real de su cuerpo,

existe un momento previo – y corre-

lativo-, en donde el sujeto toma con-

ciencia de su cuerpo como totalidad.

Este momento, Lacan lo ubica en su

descripción del estadio del espejo -

entre 6 a 18 meses-: “

la sola visión de

la forma total del cuerpo humano

brinda al sujeto un dominio imaginario

de su cuerpo, prematuro respecto al

dominio real.”

(Lacan, J. 1953-54,

pp.128). Pero, que la ilusión se pro-

duzca, dependerá de la situación del

sujeto, de su lugar en el mundo

simbólico. Será vía la inscripción del

Nombre-del-padre y su operación en la

metáfora paterna, que la ley afectara al

cuerpo, regulándolo, brindándole un

marco, un marco fálico.

En su Seminario sobre

Las

psicosis,

Lacan postula:

“(…) la psico-

sis consiste en un agujero, en una falta

a nivel del significante.”

(Lacan, J.,

1956, pp.287). Será el significante del

Nombre-del –Padre el que no se

inscribe en la psicosis, situación que

problematiza la constitución de un

cuerpo, entre otras cosas. En este

punto, aparece la noción de cuerpo

fragmentado en la esquizofrenia, que

viene a mostrarnos cómo un cuerpo